Los Hijos.
Sus besos son como trocitos de paz,
más a veces los nuestros les asfixian.
Deseamos aliviarle los días tiernamente,
para que estos sean dulces y serenos,
mas en vano con tanto esmero remamos,
la corriente de todos modos
les azotará contra las rocas.
Entonces quisiéramos volvernos un buque
que les protegiera contra el oleaje,
intentamos ser barca y remador, mar y remo,
todo para mecerles suavemente
como si nuestros brazos enteros fuesen la vida,
pero esta nos obliga a entregarlos a los océanos
a pesar de nuestra resistencia.
Hay veces en que las soluciones las dejamos para ellos
como racimos de uva colgando a su alcance,
y llegan a creer que estas siempre les ofecerán
gratuitamente sus dulzores.
En ocasiones me siento una seda
que intentara cubrirle,
que aunque suave y ligera
le aparta del sol y del viento. En cambio, preferiría ser
una taza de chocolate tibio,
que tempere lentamente sus manos cuando haga frío,
el cual beba a sorbos pequeños,
para que sea su propio cuerpo el que genere calor.
Me doy cuenta,
por su bravura ante las pequeñeces,
por su impaciencia y fatiga inmediata,
que sólo al enfrentar calma y tempestades
se hará fuerte,
pero mucho más que eso
logrará ser verdaeramente libre.
Las leyes del universo no las he inventado yo.
Son ellas las que me han ido vociferando su existencia
en medio de mi angustia por encontrar respuestas:
"La felicidad no significa ausencia de dolor,
así como el amor no consiste
en apartarles del sufrimiento,
sino apoyarles durante este."
La sabiduría duele y la calma también,
no conozco otro camino hacia ellas.
Ah! los hijos. Miel y desvelos.
¡Que cuando el mar los lleve,
les regrese con la serenidad de sus profundidades!
miércoles, 17 de marzo de 2010
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